Crónicas de un internacionalista en Rojava (I)

Ya a temprana edad mis ojos se acostumbraron a la violencia, la represión y la injusticia. Cuando era pequeño, mi pueblo estaba en guerra, las calles ardían y miles de compañeros y compañeras eran detenidos, torturados y asesinados. Pero a pesar de ello, yo era ajeno al dolor que mi pueblo estaba sufriendo. No fue hasta años más tarde cuando me di cuenta de las dimensiones de la guerra en la que mi pueblo estaba involucrado, de la violencia con la que el Estado nos reprimía.
Definitivamente fui influenciado por el sistema. En la escuela todo era presentado con aparente neutralidad y una fuerte carga de positivismo. No había espacio para el debate y el pensamiento crítico. Precisamente, todo espacio de reflexión estaba limitado por los parámetros del Estado. Los medios informativos, que criminalizaban a todos aquellos y aquellas que sacrificaban su vida por la libertad, intoxicaban de manera parcial la lucha por la liberación de mi pueblo. Por otra parte, el contenido cultural que nos llegaba a la juventud a través de la televisión u otro medios era producto del capitalismo y no hacía más que reproducir la ideología liberal. Además, nunca olvidaré que, por aquel entonces, mi única preocupación era el fútbol. El deporte, también se había convertido en una forma de alienar a la sociedad en general y a la juventud en particular. Todo esto provocó que durante mi adolescencia no creará un vínculo emocional con el dolor y que no tomará consciencia de las injusticias. El hecho de que mi pueblo se viera involucrado en un proceso de paz y de alto al fuego también causó que mi generación viviera en una cierta pasividad política.
Entendí que la violencia y la injusticia se extendía por todo el globo; que el mundo estaba lleno de dolor, explotación y maltrato y, evidentemente, yo no encontraba un lugar en él ¿Qué sentido tenía levantarse cada día y reproducir a través de mi trabajo un sistema tan irracional, desproporcionado e injusto como este? Ninguno. No quería vivir condenado y esclavizado para toda mi vida. Entonces empecé a tomar conciencia. Quería comprender las razones y el origen de este dolor, de esta explotación, pero, sobre todo, quería entender cómo era posible que se reprodujese este sistema tan violento. Empecé a leer y a profundizar en la ideología revolucionaria. La opresión nacional, la opresión de género y la opresión de clase, todo está atravesado por la misma lógica: la propiedad privada y la acumulación del capital. Unos pocos se benefician de la explotación y el Estado y sus instituciones garantizan la impunidad de esta violenta extracción de riqueza. El dinero prevalece sobre nuestra vida en este sistema amoral.
Pero no valía con entender la teoría, con comprender la explotación, era necesario un cambio, era necesario organizarse. Tras décadas de lucha, en mi tierra, no era difícil encontrar organizaciones que buscaran una alternativa al sistema capitalista. Así pues, comencé a militar y a poner en práctica la teoría. Durante mis años en la militancia vi de primera mano el grado de violencia y explotación que los desposeídos sufren: familias con miedo a ser expulsadas de sus casas en cualquier momento; madres solteras que han sufrido violencia de género y que de no ser por sus hijos e hijas no encontrarían razones para vivir; compañeros y compañeras que han permanecido en la cárcel durante años y han sufrido torturas; amigos y amigas con depresión porque no creen en el futuro y no encuentran sentido a la vida.
Mi odio hacia el sistema era cada día más grande y comprendí que mi militancia no era suficiente, que todavía tenía un pie en el sistema y era necesario dar un paso más grande. Entonces fue cuando conocí la revolución de Rojava, la administración autónoma y el Confederalismo Democrático. Escuché las experiencias de la gente que ha vivido esta revolución, de la gente que ha ido a Rojava, y de lo que ha significado para ellos y ellas. Yo necesitaba aprender de esta revolución, de los militantes. Quería identificar la influencia que el sistema y el liberalismo ha ejercido en mi; quería explotar mis cualidades como militante, construir una personalidad revolucionara, tomar acción y vivir de acuerdo a mis principios; quería, en definitiva, buscar el significado de la libertad, de la vida. Así pues, con firme determinación y una pequeña mochila viajé a Kurdistán, el corazón de la revolución, el epicentro del cambio.